Siempre me ha fascinado esa casta de personas cuya virtud y defecto es desenvolverse grácilmente y sin esfuerzo en las relaciones superficiales. Este interés, que a veces se revela como auténtica admmiración, en ciertos momentos también se torna en repulsión por un pequeño hedor que asoma de ciertas acciones, algunas muy pequeñas, y sobretodo las maneras de las que hacen gala durante la acción.
Últimamente, a lo largo de estos últimos años, he tenido la suerte de recibir como obsequio y por separado varios libros de parte de mis allegados, de ese grupo que creo que "me quieren bien". Aquí viene un claro ejemplo de porqué dicho hedor repelente asoma más de las maneras que de las acciones: l@s superficiales se caracterizan precisamente por no querer o no saber ahondar en las relaciones, cualesquiera que sean; por no querer arriesgarse o hacer el esfuerzo de tender nuevos y firmes lazos de confianza, por la posibilidad de un posible rechazo. Esta debilidad o falta de valor deriva en una incapacidad total o parcial de expresar esos pensamientos, sentimientos, impresiones o intuiciones que suponen un riesgo para dicha relación.
Un buen ejemplo de este comportamiento se da cuando uno recibe un libro o una recomendación personal e intransferible del mismo, es decir, una recomendación de idoneidad; que es muy diferente a una recomendación de excelencia, en la que se recomienda encarecidamente algo simplemente por su gran calidad. Ese típico: -Este libro te va a encantar porque:
1. te conozco.
2. porque te va a venir bien en la etapa en la que te encuentras.
3. porque te pega.
4. porque tiene situaciones o personajes que me recuerdan a ti.
5. porque me hace sentir cosas que creo que estás sintiendo.
Aún sin que te hayan comentado el porqué de la idoneidad literaria más que con estas frases tan generales como banales, mientras lo lees te preguntas por qué es a ti y no a otro al que han recomendado el volumen. Es así por lo que al regalarte estos superficiales una obra, buscas y encuentras prejuicios sobre ti en los mismos. A veces una imagen borrosa de tu situación laboral, emocional o sentimental y otras ves claramente un retrato caricaturesco de tu forma de andar por la vida en uno o varios personajes.
Estos libros están envenenados desde la primera página. Por mucho que te esfuerces, y aún apreciando el detalle hacia tu persona y la calidad literaria de la obra, te vas dando cuenta de lo sesgada que es la mirada de todos aquellos que crees que te conocen; y los lees con dolor. Este dolor no emana de las páginas mismas, sino de todas aquellas cosas que no son capaces de decirte estos queridos superficiales, o superficiales queridos.
Y entonces sientes pena, pena por las relaciones que podrías tener y no tienes. Tienes gente que te quiere, pero que "no te quiere bien".
El cóctel de sentimientos en el que te bañas mientras lees se termina con lo que llamo la cadena de Yoda por su arenga a Luke Skywalker: "miedo, ira, odio y sufrimiento" por los superficiales. Porque cuando lees te das cuenta de que el balón siempre estuvo en el tejado de esa gente en la que tú confías, pero ellos sólo tienen confianza suficiente para esperar que puedas bieninterpretar las lineas de un libro envuelto en suposiciones. Al final sólo ves juicios a destiempo velados entre líneas.
Así que al pan pan, al vino vino y a los superficiales... sólo la portada.
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