jueves, 28 de marzo de 2013

Diario de un hombre resentido


16 de Marzo de 2012

    No sé por qué me dan estos ataques de odio hacia el mundo. Recuerdo cuando ocurría al revés, cuando los días transcurrían de manera normal y cualquier variación producía en mí un cúmulo de reacciones que acababan desembocando en un amor genérico y nada ideal. Ese amor puro y sencillo que cuando pasa por tus venas te llena de paz. Un amor que me permitía tanto volar como revolcarme en el barro, mover montañas o estar todo el día en la cama, disfrutar tanto de una bacanal como de una temporada heremita; y todo ello con una sonrisa calmada y suficiente en la comisura de mi boca.

    Es horrible. Hoy sólo albergo rencor, y rencor del bueno. Del que uno le dedica a la vida misma, al desengaño universal, a la trampa de los ideales,... y tras todo ello, cómo no, rencor hacia las mujeres.

    Y es que hacia la mujer, como si de un sumidero sediento de mal rollo se tratase, fluye ahora mismo un río de odio continuo . A los relativistas, por favor entiendan con este concepto mujer genérica y conceptual dibujada en mi mente por toda experiencia mía en su compañía. Sólo hay que verla, lo bien que se mueve entre los sentires ambiguos y su palabra y su honor nunca dados del todo. Lo que más admiro de "la mujer" sobretodo su altísima dignidad nunca puesta en juego. La dignidad femenina puede bailar de la manera más seductora, y mientras estar siempre preparada para hacer un driblaje a lo NBA y/o salir corriendo lejos de tu alcance.

    Es sorprendente cómo se mueven, malditas ellas con sus dignidades. Toda su grandiosa dignidad oscilando en piernas, cadera, cintura, busto, hombros y cuello. Y las pequeñas guindas peleándose por ser más dignas con movimientos sutiles e inteligentes: labios, nariz, pupila, párpados y  hasta las puntas afiladas de sus pestañas.

    No puedo soportarlo. O ellas dejan de moverse o yo dejo de fijarme en ellas. Como creo que ninguna de las cosas hayan de cumplirse nunca, habré de idear algún plan de vida en el que mi sueldo acabe siendo lo suficientemente holgado como para costearme relaciones sexuales salubres y a mi medida en lo emocional.  Aunque no suene como la mejor forma de "congelar" las relaciones sentimentales, está claro que las que no cobran no tienen ningún interés real en todo lo que les puedo ofrecer (o se cansan de lo que ofrezco) y menos aun en mi propio ser. Sólo juegan a aparentar un interés profundo detrás de sus movimientos tan dignos como hipnóticos; disfrazan sus intereses reales, segundas intenciones sin importancia, detrás de mi propio amor hacia ellas. Y cuando lo hacen no me doy cuenta de lo vulnerables que nos encontramos yo y mi amor puro, genérico y calmado.

    Pero como no tengo dinero para costearme relaciones salubres, la experiencia me dice que volveré a caer. Prueba de ello es que se han infiltrado en estas líneas llenas de resentimiento un par de frases empapadas de anhelo. Creo que he desenmascarado la existencia de un segundo concepto que se alterna en mi mente con el de la mujer, y es el de mi mujer. Mi mujer es el ente que ha conseguido bailar conmigo más de dos temas sin que nos quemáramos, aburriéramos o repeliéramos. Una mujer con la que me apetecería seguir bailando sobre cualquier superficie hasta el infinito. Mi mujer está trazada en mi corazón por todos los movimientos armónicos generados por mí y todas las que han sido mi mujer, y las que deseo que lo sean. Una misma mujer puede enseñarme a querer a mil mujeres dentro de ella si consigue la llave de mi mujer.

     Pero tener la llave de mi mujer es más una responsabilidad que un privilegio ganado. Si es grave para mi cordura que se haya manchado mi concepto de la mujer, cuando el concepto de mi mujer pierde brillo o se hace mal uso de la llave que lo asegura, es como si mi mundo entero perdiera luz.

    Mi anhelo es que llegue a mí un grito que pruebe que existe un concepto menos bajo de la mujer del que tengo ahora mismo. Y aunque me duela admitirlo volveré a dejar que mi amor sea arropado por una mujer, y ella tendrá en sus manos la decisión de romperlo, violarlo y vejarlo consciente o inconscientemente; o en su lugar hacerlo brillar años/luz.

No hay comentarios:

Publicar un comentario