El olor al territorio ajeno, prohibido.
Una jauría de individuos ladrando a una televisión.
Dos señoras se pelean a dentelladas por un trozo de carne.
Hembras con olor permanente a fertilidad, y a peligro,
valiosas para el mundo pero insignificantes para ellas mismas.
Machos con andares altivos, luciendo músculo y potencia,
desnudan su vanidad con el fin de esconder la ceguera inherente a su condición masculina.
Por supuesto, los machos-alfa reposan cansados, aburridos del mundo.
Mientras, las matriarcas añejas les demuestran la verdadera potencia humana, desperdiciándola.
Todos observan cómo la Humanidad se va por el sumidero.
Y los niños siguen jugando a ser mayores, caricaturizando sus peleas y su sexo.
En efecto, esto es la ciudad. Aquí todo rezuma olor a jugos de líbido y sangre.
Una vez los saboreas de verdad no te olvidas de su dulce acidez.
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